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El Chico Pobre y la Mujer Inteligente

  • Foto del escritor: samuel gaitan
    samuel gaitan
  • 31 dic
  • 2 Min. de lectura

En un pueblo humilde, rodeado de campos áridos y un cielo siempre lleno de sueños lejanos, vivía un joven conocido como el Chico Pobre. Su vida era simple, marcada por las dificultades diarias, pero su corazón estaba lleno de amor sincero y una esperanza inquebrantable.


En ese mismo lugar vivía la Mujer Inteligente, una joven brillante y ambiciosa que destacaba por su ingenio y su sed de conocimiento. Era la promesa del pueblo, la que podía llegar más lejos que cualquiera. A pesar de sus diferencias, ella y el Chico Pobre compartieron momentos de risa y confidencias bajo el cielo estrellado.


Él la amaba profundamente, pero sabía que no tenía mucho que ofrecerle más allá de su lealtad y un corazón lleno de sueños modestos. La Mujer Inteligente, aunque lo admiraba por su bondad y pureza, deseaba algo más: un futuro que reflejara su ambición y su talento.


Un día, al pueblo llegó un extraño conocido como el Mal Hombre. Era un forastero rico y encantador, que se movía con una confianza casi peligrosa. Sabía qué palabras decir y cómo prometer mundos que parecían imposibles. Aunque su sonrisa escondía intenciones oscuras, su carisma atrajo a la Mujer Inteligente como una polilla a la luz.


El Chico Pobre observó cómo ella comenzaba a alejarse, fascinada por las promesas del Mal Hombre. Trató de advertirle:

—Él no es lo que parece. Todo lo que dice está vacío.

Pero la Mujer Inteligente, cegada por sus aspiraciones, respondió:

—Tú no entiendes. Quiero más que esta vida. Necesito alguien que me lleve lejos, y tú no puedes hacerlo.


Con el corazón roto, el Chico Pobre vio cómo ella se marchaba del pueblo, tomada de la mano del Mal Hombre. Los días pasaron, luego semanas y meses, pero la ausencia de la Mujer Inteligente seguía pesando en el aire.


Mucho tiempo después, cuando el brillo de las promesas del Mal Hombre se apagó, la Mujer Inteligente regresó. Su rostro ya no reflejaba la luz de sus sueños, sino el cansancio de quien ha conocido la verdad detrás de las mentiras. Él la había llevado lejos, sí, pero solo para aprovecharse de su talento, para destruir su espíritu y dejarla sola cuando ya no le era útil.


El Chico Pobre la encontró una noche en el mismo lugar donde solían conversar bajo las estrellas. Sus ojos se cruzaron, pero algo había cambiado en ambos. Él ya no era el mismo joven ingenuo y lleno de esperanza; ahora tenía cicatrices de un corazón que había aprendido a curarse solo. Ella, por su parte, llevaba el peso de decisiones que no podía deshacer.


—¿Me perdonas? —preguntó ella con un hilo de voz.


El Chico Pobre sonrió con tristeza.

—No hay nada que perdonar. Cada uno sigue el camino que cree correcto. Espero que encuentres la paz que buscas.


Y con esas palabras, se levantó y se marchó, dejando a la Mujer Inteligente sola bajo el cielo estrellado. Ella comprendió entonces que, en su ambición de buscar más, había perdido lo único que era verdaderamente puro.


El Chico Pobre, por su parte, siguió adelante, llevando consigo la lección de un amor que no siempre basta, pero que nunca deja de enseñar.

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